Pijama





Lo tengo decidido, te voy a hacer un pijama.  

No es mal regalo un pijama, al fin y al cabo. A pesar de lo típico que a priori te pueda resultar (no será el primer pijama que te regalo), el pijama que voy a confeccionarte esta vez puedo asegurar que no te cansarás de llevarlo todas las noches de tu vida. Lo tengo todo imaginado, será el pijama definitivo.
 

Para empezar, a tu nuevo pijama voy a darle un cuerpo de lana; de lana de angora, tan cálida y protectora que en su interior desaparecerá todo cansancio o preocupación; de lana bien cardada, tan dúctil que podrás desenvolverte en ella con el feliz desparpajo de un niño desnudo, lana y piel formando así un solo conjunto.
 

También voy a rodear tu nuevo pijama con un grueso lazo alrededor de la cintura, un lazo de raso que sujete pero no ahogue, que impida sencillamente la división del pijama con su simple a la vez que suave lazada, sin apreturas, sin cinchas, un lazo de mera confianza, sujeto como por ensalmo su nudo por una fuerza misteriosa y desconocida.
 

¿Qué dices? ¿Que te gusta como suena? ¿Qué crees que ya sabes cómo va a ser tu nuevo pijama? No, cariño, aún no lo sabes. Aún no he hecho más que empezar.
 

Aún tienes que saber que a tu nuevo pijama también le voy a poner dos bolsillos, uno a cada lado; el primero profundo y ancho para que puedas guardar por las noches todas las palabras bonitas que me susurras al oído, palabras que suenan a nana, así como las cariñosas voces de arrullo que terminan irremisiblemente cada noche vencidas por el sueño; y el segundo, más pequeño y con cremallera, para que atesores y no se puedan escapar la ternura muda de las caricias, el silencio sordo de los mimos que me das, el intercambio tibio de tus pies encendidos contra mis gélidos pies y el resto de misterios invisibles del tacto. Dos bolsillos en tu nuevo pijama, mi amor, a la espera de ser llenados.
 

Ah, y aguarda un momento, que aún no te he hablado del montón de colores con que voy a teñir tu nuevo pijama, azules, rojos, verdes, amarillos, miles de colores y todos ellos diferentes, para que nunca te canses de tu pijama aburrido por la monotonía de su diseño, y con dibujos y bordados infantiles que recuerden las alegrías de lo más pequeño. Incluso quizá le ponga también algún que otro zurcido para recordarnos algún que otro descosido que hayamos tenido, todo pudiera ser. Veremos.
 

Por supuesto, todo lo que te he comentado, la lana, el lazo, los bolsillos y los dibujos, los he de coser con el mejor de los hilos, hilo duro como el diamante, hilo forjado en la fidelidad y la pasión, hilo que resistirá el embate de los años y hará imperecedero tu nuevo pijama, sin ambages, sin matices, sin débiles hilvanes que no saben soportar un estirón.
 

Y botones también le pondré a tu nuevo pijama, para que puedas cerrártelo mejor sobre ti, pero botones levemente apuntados, te aviso, con apenas un par de costuras, para que tampoco olvides la fragilidad de algunos detalles que pudieran parecer insignificantes y tengas que abrochártelos cada vez con ternura, con la yema de los dedos, si no quieres romperlos cuando quieras atártelos.
 

Así he imaginado tu nuevo pijama, ya te he dicho. Un pijama eterno, destinado a durar; un pijama que se hará viejo según nos hagamos nosotros viejos; un pijama de promesas. De tal manera, a partir de ahora, querré que cada noche vistas este pijama que he confeccionado para ti con las hechuras del mejor de los sastres, un pijama dibujado con palabras y telas intangibles, un pijama en forma de carta.
 

Un pijama hecho de yo, a tu lado, cada noche, disfrazada de pijama…





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Esta cursilada infame también ganó un certamen de cartas de amor —pero no a mi nombre— en alguna ciudad del sur, creo que Almuñecar.






1 comentario:

  1. 'Todas las cartas de amor son
    ridículas.
    No serían cartas de amor si no fuesen
    ridículas.

    También escribí en mi tiempo cartas de amor,
    como las demás,
    ridículas. 

    Las cartas de amor, si hay amor,
    tienen que ser
    ridículas. 

    Pero, al fin y al cabo,
    sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
    sí que son
    ridículas. 

    Quién me diera el tiempo en que escribía
    sin darme cuenta
    cartas de amor
    ridículas. 

    La verdad es que hoy mis recuerdos
    de esas cartas de amor
    sí que son
    ridículos. 

    (Todas las palabras esdrújulas,
    como los sentimientos esdrújulos,
    son naturalmente
    ridículas).'

    -Álvaro de Campos... es decir, el gran Pessoa.

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