Consanguinidad de primer grado







Eres hijo antes de abrir los ojos,
hijo incluso antes de respirar.
Ser hijo te antecede:
a tu nombre,
a ti mismo,
a lo que serás.

El hijo anticipa al ser.
La preexistencia  introductoria,
prólogo conceptual de hijo.

Condena de hijo a perpetuidad,
vínculo imperecedero.
Nunca podrás dejar de ser:

Hijo.


Adicionalmente,
en tu párvula adultez
we´re just older children,
                                   after all—,
podrás decidir ampliar al bucle,
incorporarte al círculo,
procrear.

Y heredar un nuevo miedo,
terrible y desconocido,
a la pérdida.

Eres padre.
Abraza ese recién estrenado temor,
nunca te abandonará.


Hijos que tornan en padres
que engendran nuevos hijos
que repercuten en nuevos padres…
—¡qué locura!, ¡qué simplicidad!—
el ciclo orbicular de la vida.

Y preguntar
en el más puro
y machadiano
sentido de la palabra bueno:

¿He sido un buen hijo?
¿He sido un buen padre?
¿He generado suficiente orgullo?
¿He padecido suficiente miedo?

¿He sido un buen hijo?
¿He sido un buen padre?
¿Cumplí expectativas filiales?
¿Mi niño me recordará con amor?


Y afligirme
(corifeo bramando:
«¡lo intentó!, ¡lo intentó!,
¡perdonadle!»):

Mamá, papá, ¿he sido un buen hijo?
Adrián, ¿he sido un buen padre?
¿Mi existencia valió la pena?
¿La valdrá la tuya, hijo mío?




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